Por Pilar Seoane Vázquez
Ayer por la tarde , en un documental de la 2 sobre Victoria Kent, de nuevo se ponía de manifiesto el gran error cometido por Clara Campoamor, un pecado imperdonable para la mayoría de sus compañeros y de la sociedad española de la época : anteponer la defensa de los derechos de las mujeres a la defensa de los intereses de la izquierda, de la República y de su propia formación política. Lo pagó con creces, tanto que la mujer que dedicó su vida a la defensa de los derechos de las demás y que consiguió, prácticamente en solitario, el reconocimiento del derecho a voto para nosotras en condiciones de igualdad con los hombres, ha permanecido en el olvido hasta hace pocos años.
Ahora que cercanas las elecciones se reabre el debate sobre la necesidad de garantizar una adecuada representación femenina en las listas y en un momento en que se reivindica la presencia de mujeres en todos los ámbitos de la vida social y política, considero imprescindible compartir una reflexión sobre el papel de las mujeres que acceden a esos puestos de representación política, económica o sindical y desde ellos participan en la toma de decisiones de los procesos que marcan la vida de las personas en general y de las mujeres en particular.
Creo necesario dejar claro que siempre he sido acérrima defensora de las cuotas femeninas y en ese sentido me he pronunciado en todos los ámbitos en los que se me ha permitido hacerlo . Defiendo la existencia de cuotas por dos buenas razones: la primera es que soy plenamente consciente de que sin esa reserva de puestos para las mujeres, las posibilidades de nuestro acceso a los auténticos centros de poder se convertía en una quimera y en segundo lugar porque comparto la premisa feminista de que la mostración de mujeres en puestos hasta el momento patrimonio exclusivamente masculino, o altamente masculinizados, servirá de ejemplo y acicate a otras mujeres para intentar acceder a espacios hasta ahora prácticamente vedados para nosotras. Cada vez que una mujer consigue llegar a ocupar un puesto en un ámbito profundamente masculinizado otras toman conciencia de que es posible hacerlo y alguna de ellas se lo plantea como objetivo.
Hoy sigo pensando que las cuotas son necesarias, incluso imprescindibles, sin ellas las mujeres ni hubiéramos llegado ni nos mantendríamos en determinados puestos pero considero que ya no se trata simplemente de que haya mujeres. Como Amelia Valcárcel considero que la mostración de una mujer en puestos de poder debe ser tratado con reservas y voy más allá , se se trata de que haya mujeres pero mujeres que, como Clara Campoamor , representen los intereses de las mujeres y conviertan esta defensa en su prioridad más absoluta. De otro modo la cuota de género sirve para bien poco, como lo demuestran los escasos avances en modificaciones estructurales de la sociedad patriarcal en la que vivimos.
Si hay algo que resulta evidente tras la masiva incorporación de las mujeres al mercado laboral es que es necesario modificar el pacto social vigente, aunque la denominación de pacto debe considerarse, cuando menos , un eufemismo ya que las mujeres no han sido invitadas a decidir libremente su participación en el mismo ni a consensuar su papel por lo que de pacto o contrato social tiene poco. Un pacto basado en la división sexual del trabajo, que ha adjudicado a los hombre el ámbito público y como consecuencia la titularidad de los derechos derivados de su participación en el mismo y en el que a las mujeres nos ha tocado el ámbito privado y , también como consecuencia, la ausencia de derechos que lleva aparejada la falta de reconocimiento social y económico de las tareas de atención y cuidado a las personas.
Tras lo mencionado, debe resultar evidente para quienes están leyendo estas líneas que para atajar la desigualdad estructural que nos afecta el primer objetivo debería ser negociar un nuevo pacto social o lo que es lo mismo eliminar la división sexual del trabajo y buscar alternativas mas justas, socialmente más eficientes y económicamente más rentables . ¿Lo estamos haciendo? Los datos se empeñan en demostrar de forma tozuda, probablemente más tozuda de la que algunos ,y sobre todo algunas, considerarían deseable que no. Ahí tenemos el catálogo de discriminaciones que como consecuencia de la organización social mencionada afectan al sexo femenino. La discriminación estadística ,el techo de cristal, la doble presencia , la doble jornada, la brecha salarial, el suelo pegajoso… todas ellas no son sino manifestaciones del desigual reparto propiciado por el sistema vigente.
Y ante esto ¿qué están haciendo las mujeres que, al menos en teoría, nos representan? ¿qué hacen las diputadas en el parlamento español o en las cámaras autonómicas? ¿que hacen las senadoras? ¿y las ministras? ¿y las que forman parte de las altas instancias de las administraciones públicas? y ¿qué hacen las mujeres que representan a las mujeres en las organizaciones sindicales y en los partidos políticos ?.
Todas ellas han sido elegidas o cooptadas para la cobertura de lo que se han denominado cuotas de género bajo la premisa, desde mi punto de vista totalmente equivocada, de que son mujeres y como tales son representativas de la forma de pensar y entender la vida del resto de las mujeres y por tanto están, o al menos deberían estar, capacitadas para la representación de todas las demás.
Personalmente considero que el simple hecho de pertenecer al sexo femenino no determina que una persona sea poseedora de los valores necesarios para representar adecuadamente a las mujeres. Alguien dijo que ser mujer no implica necesariamente tener perspectiva de género, ni siquiera haber reflexionado sobre ello. Los puntos de vista de las personas son importantes para casi todo en la vida, pero en materia de igualdad entre sexos son fundamentales porque no todas son conscientes de los desequilibrios de género. Autoras como Marcela Lagarde o Christine Lefebre insisten para ver la desigualdad hay que tener la mirada preparada para ello, en la necesidad de preparar la mirada y los hechos demuestran que muchas de las mujeres que ahora mismo se arrogan nuestra representación tienen los ojos vendados ante las discriminaciones que padecemos.
Veamos algunos ejemplos en relación a normas o planes aprobados recientemente o en fase de aprobación. Me centraré simplemente en la obligación que se establece en el Art 19 de la Ley orgánica 3/2007, Los proyectos de disposiciones de carácter general y los planes de especial relevancia económica, social, cultural y artística que se sometan a la aprobación del Consejo de Ministros deberán incorporar un informe sobre su impacto por razón de género.
No he tenido noticias de la intervención de ninguna Ministra, ni Secretaria de Estado, de ninguna diputada del parlamento español o senadora de cualquier formación política solicitando, al menos en los últimos dos años el cumplimiento de la normativa vigente en esta materia. Tampoco las Secretarías de la Mujer de la Organizaciones Sindicales más representativas lo han hecho Supongo que porque valoran que a veces es mejor mantenerse en la ignorancia que saber , porque saber obliga a actuar para corregir mientras la ignorancia puede servir, y sirve, de justificación a la inacción o aún mejor, evita cuestionar y permite aprobar cualquier medida. Un informe de impacto de género negativo impediría aprobar cualquier medida que se demostrara más lesiva para las mujeres que para los hombres, ya que resultaría contrario a los principios recogidos en los artículos 9 y 14 de nuestra carta magna.
Es cierto que en otras ocasiones se han elaborado informes de impacto de género puramente formalistas, casi a medida de la opción política impulsora de la modificación legal, que lejos de realizar un análisis objetivo de proyecciones de la aplicación de las medidas en el futuro se han limitado a certificar, no se sabe sobre que base , que la aplicación futura de esa norma será neutra. Pero desde el agravamiento de la crisis y a pesar de haberse aprobado, o encontrarse en fase de aprobación, medidas claramente perjudiciales para las mujeres ,nadie se ha atrevido a certificar en ese sentido, consciente el personal de los cuerpos técnicos de la AGE encargados del análisis, de que hay casos en los que resulta del todo imposible siquiera maquillar los terribles datos que surgían de las proyecciones estudiadas. La solución : pasar olímpicamente de la realización del informe de impacto. ¿Con la complicidad de quienes deberían exigirlo en todo caso, las mujeres diputadas y senadoras? Resulta evidente que si.
¿Se hubiera ratificado la Reforma Laboral si se hubiera estudiado su impacto lesivo sobre las mujeres? Una reforma que, como denuncian las organizaciones feministas, ha agravado aún más el desempleo femenino, la desigualdad salarial y de condiciones de trabajo, las diferencias entre la vida laboral de hombres y mujeres y la feminización del cuidado de hijos e hijas y de familiares dependiente.
¿Qué pasaría con la aprobación de la reforma de las pensiones si se realizara un análisis de su impacto sobre las mujeres? No olvidemos, por ejemplo que, debido a una carrera de cotización discontinua provocada por su dedicación al cuidado , sólo un 30% de las mujeres llega a percibir el máximo de su pensión y que las pensiones mínimas tienen básicamente nombre de mujer.
¿Se hubiera aprobado lo recogido en la ley de acompañamiento de los presupuestos generales del estado del año 2011 sobre la suspensión de la ampliación del permiso de paternidad si se hubiera analizado su impacto sobre la división sexual del trabajo y como consecuencia su impacto sobre la discriminación estadística, uno de los mayores problemas a los que se enfrentan las mujeres en edad fértil?
¿Se mantendría en vigor la modalidad de declaración conjunta del IRPF si se analizara su aplicación desde la perspectiva de género como pregunta continuamente María Pazos Morán ?
Pero la dejación de responsabilidades sobre su labor de representación de género no compete en exclusiva a las mujeres políticas. Podemos plantear el mismo tipo de preguntas sobre las mujeres que participan como cuadros sindicales, elegidas también como consecuencia de las cuotas establecidas para las mujeres. ¿Hubieran conseguido los órganos de dirección de CCOO y UGT el visto buenos de sus organizaciones al Acuerdo de Pensiones si todas las mujeres con presencia en sus órganos de decisión hubieran votado en contra en los procesos de consulta realizados con carácter previo a la firma o hubieran movilizado a las mujeres afiliadas en la defensa de sus derechos? . ¿Porque las mujeres que representan a las mujeres en los sindicatos, algunos con una afiliación femenina cercana al 40 % nunca hacen casus belli , tampoco en el interno de sus organizaciones ,de cuestiones que afectan profundamente a las mujeres en general y a las trabajadoras en particular?
A estas alturas habrá quien se pregunte porqué las mujeres que, en teoría representan a las mujeres actúan de esa forma. Resultará evidente la imposibilidad de identificar una única razón, probablemente cada una de las mujeres implicadas tendrá las suyas. Disculpen mi osadía por atreverme a enumerar algunas de las razones que han sido formuladas por algunas de ellas o que resultan evidentes para quien, como yo lleva años metida en este mundo y analizando estas cuestiones.
La experiencia demuestra que lo que más rápido y mejor olvidan las mujeres que han sido elegidas por la cuota de género es precisamente que han sido elegidas por la cuota de género. Para ellas el hecho de que se establezcan cuotas en las listas electorales o en las candidaturas para la elección de órganos de dirección de partidos políticos y organizaciones sindicales no parece algo que les afecte directamente.
Frente a unas pocas que somos plenamente conscientes de nuestra valía y capacidad, pero también de que nos mantendríamos en el más absoluto ostracismo si no se establecieran cuotas de género y que siempre hemos estado y estamos convencidas de que nuestra ubicación en las listas se debe sobre todo a nuestra pertenencia al sexo femenino (“soy plenamente consciente de que estoy aquí porque tengo tetas” decía no hace mucho alguna con mucha gracia ) hay otras mujeres que se creen, ¡y se lo creen de verdad!, que están ahí por su valía personal, que ellas solas se las han apañado para meter la cabeza en este mundo. Resulta evidente que quien no es conciente de que es representante no se siente con obligaciones de representación
Entre las que somos concientes de que hemos entrado por ser mujeres están las que en sus primeras participaciones en reuniones, asambleas y otros saraos, deciden defender los intereses de su género. Enseguida se dan cuenta de que esta defensa no es popular entre sus compañeros, y porqué no decirlo, entre muchas de sus compañeras que, como Victoria Kent, se afanan en buscar justificación para lo injustificable. Cuando se dan cuenta de que son diferentes y de que la causa que han asumido no es de la simpatía de la mayoría, se le abren dos caminos . El primero seguir en sus trece y arriesgarse a ser sustituidas por otra menos reivindicativa a la menor oportunidad, porque mientras los hombres permanecen proceso tras proceso a las mujeres nos cambian. Lo decía no hace mucho una diputada del PP en su contestación a una interpelación en una mesa redonda de contenido feminista “a las mujeres nos cambian si nos mostramos demasiado radicales” . Y es verdad nos cambian por otras mujeres, sobre todo a las que no se ajustan al perfil solicitado y se convierten en demasiado respondonas.
Otras , la gran mayoría cuando se dan cuenta de que son diferentes y de que esa diferencia pone en peligro su status dentro de la organización , inician una especie de proceso de adaptación al medio. Siguen siendo representantes de las mujeres, así se consideran y así se las identifica en el discurso de la organización; su actividad como representantes de las mujeres las lleva a intentar mantener la coherencia en la representación que les corresponde , la de las mujeres, y se encuentran con que este objetivo pone en peligro su permanencia como consecuencia la mayoría rebaja su perfil reivindicativo en materia de género y se ajusta a los patrones establecidos para garantizar su continuidad. En este bloque están la mayoría de las que actualmente nos representan, todas aquellas que han decidido anteponer la defensa de sus intereses personales, de su carrera política, sindical o profesional a la defensa de los intereses de las mujeres.
Por eso aunque sigo pensando que es imprescindible la presencia de mujeres en puestos de decisión y mantengo incólume mi defensa de las cuotas femeninas, hace tiempo que me vengo preguntando si para avanzar en la equidad de género sirve la presencia de cualquier mujer. Personalmente considero que la experiencia de los últimos años demuestra que no y debe llevarnos a concluir que sólo las mujeres conscientes de que representan los intereses de las mujeres, aquellas con conciencia de género y la mirada educada para ver la desigualdad deberían representarnos, aquellas que decidan convertir la equidad de género en su prioridad. Las demás no representan a las mujeres, representan los intereses de la organización a la que pertenecen, los intereses de un gobierno, sus propios intereses personales o algún interés de otro tipo, pero no los intereses de las mujeres.